miércoles, 4 de julio de 2012

...Aquel a quien mucho se le perdona, mucho ama.











Desde pequeña, mis padres solían llevarme a misa todos los domingos, supongo que en muchas ocasiones debí haber escuchado el relato que a continuación resumiré pero, jamás me imaginé que llegaría a tener algún significado en mi vida, significado que hoy comparto pues lo siento como si rebosara de mi corazón y necesita fluir y tal vez en algún otro corazón hallar un significado igual o mayor que el que tuvo en mí.
En el año 0, cuando el Dios de los cristianos, Jesucristo, bajó en forma humanada a la tierra y se convirtió en un ser de carne y hueso, mortal como todos los demás, durante su vida en la tierra fue un ser controversialmente criticado por buenos y malos, ricos y pobres, morales e inmorales; esto se debe a que en su estancia en nuestro mundo, el Mesías Cristiano se dedicaría a romper cánones que incluso hoy creo yo, escandalizaría a líderes y demás "fieles" religiosos. Cierto día según se  narra, un hombre a quien Jesús había sanado de lepra invitó a Jesús a comer en su casa, las tradiciones judías eran muy estrictas en cuanto al recibimiento de las visitas y las normas de la hospitalidad eran casi sagradas y parte de su propia religión, los invitados debían ser recibidos con un beso y sus pies debían ser lavados al dárseles la bienvenida, además, era tradición mandatoria que se ungan sus cabezas con aceite, los invitados eran casi casi una divinidad, pero al parecer Simón el ex leproso, quien había invitado a Jesús en aquella ocasión no había reparado en estas cuestiones, a pesar de esto Jesús entró y comió sin chistar. El meollo del asunto se da en que al parecer mientras se llevaba a cabo la velada, una mujer "de dudosa reputación" se había enterado que el Maestro Jesús estaría allí por lo que acudió sin ser invitada, lavó y besó sin cesar los pies de su maestro, ungió su cabeza no con aceite sino con perfume de nardo, mismo que era particularmente caro en aquel entonces, y muchas veces lo compraban las señoritas con los ahorros de toda su vida ya que debía ser usado el día de sus bodas. Esta mujer sin reparo alguno derramó sobre su Mesías, el caro perfume y según cuenta la historia, lo enjugó con su propio cabello. Al ver esto Simón, pensó dentro de sí, “éste no debe ser un profeta de verdad, ya que si lo fuera, sabría que clase de mujer lo está tocando”, cabe recalcar que los judíos no dejaban que nada pecaminoso siquiera los tocara. Pero Jesús conociendo los dichos del corazón del hombre, se dice que le narró una historia a Simón sobre un hombre que tenía dos deudores uno que le debía 10 veces más que el otro, y un buen día decidió perdonar a ambos; en vista de esto, le preguntó Jesús a Simón, ¿quién de los dos le amará mas?, a lo que Simón contestó, el que le debía más supongo.
Es cierto, le dijo el Rabí, esta mujer ama más pues más se le ha perdonado.
Esta historia ha martillado en  mi cabeza por su idea central, la enseñanza y moraleja…aquel a quien mucho se le perdona, mucho ama.
Hace 13 años, en cierto hogar ocurrió un incidente escandaloso, la única hija de la familia estando aún soltera y con un novio no grato para la familia, se embarazó; por temor a sus padres se casó a escondidas pensando que eso alivianaría en algo sus acciones, nada más errado que eso, por ser la única hija en su padre se generó un rechazo nacido de la más profunda de sus decepciones, aunque luego de limar asperezas y dejar correr lágrimas, por una inexplicable razón la relación padre hija, y luego padre – hija – nieta se volvió más intensa de lo había sido nunca jamás, 8 años más tarde ocurriría lo inevitable, la hija de esta historia se daría por vencida de seguir intentando sostener un matrimonio decidido en 24 horas y surgiría la separación defintiva, todo esto en medio del repentino diagnóstico de una enfermedad degenerativa de su padre, cirrosis hepática. Días duros fueron y vinieron, y con el divorcio la relación padre – hija se afianzó aún más, su padre fue su amigo, el padre de su nieta, su heróe. Tres años más tarde el padre también partiría, producto de su enfermedad, y luego de estar postrado en una cama de hospital 3 largas semanas, tres semanas en que tuvo a su única hija plantada junto a él día y noche, ella por voluntad propia decidió hacer guardia allí, nada ni nadie la sacaría pues creía que nadie ni su madre cuidaría de su padre como ella. Pero todo tiene su inicio y su final, y así la vida de su padre quien finalmente sucumbió ante el mal que le aquejaba. Un año después de esto, la hija se entera por boca de su hermano, que de no haber sido por su intercesión,  al quedar embarazada su padre no había querido saber nada de ella ni del fruto de su vientre, él formado bajo rígidos preceptos no vió perdón en tal hecho, y que al nacer su nieta, única mientras el vivió, tampoco quiso ir a la maternidad a visitarla. Por un momento ese hombre que fue un pilar en la vida de aquella hija parecía derrumbarse y con él tantas cosas, tantos recuerdos bellos y santos, tanto tanto. De repente, ella en su mente se vió cuidando a su padre en su lecho de muerte, y estas palabras fluyeron dentro de ella: “Aquel a quien mucho se le perdona, mucho ama”.
Qué significado tan real habían tenido sin saberlo durante tantos años esas palabras pronunciadas y enseñadas hace milenios, su padre ya no vivía para agradecerle por su perdón y los maravillosos años y recuerdos que le había regalado, la vida no le hubiera alcanzado para agradecerle, pero su vida, la de su padre, si le alcanzó para sentir la gratitud de su única hija hasta el momento en que cerrara sus ojos para siempre.